Su negocio era la cosmética. Probadores, luz cálida, olor a vainilla y un sueño que llevaba su nombre. Luego vinieron los retrasos de proveedores, la caída de ventas, alquileres que no perdonan y «soluciones» bancarias en forma de créditos, pólizas y una tarjeta que prometía oxígeno y solo traía más altura antes del golpe.
Cuando nos llamó, la cifra ya pesaba como un elefante: casi 900.000 €.
Y el miedo ya no era a deber, era a no poder volver a empezar.
—»Me da vergüenza contarlo», nos dijo.
—»No hace falta vergüenza. Hace falta un plan», le respondimos.
Lo que hicimos (sin humo)
- Paramos la sangría: orden de prioridades, blindaje frente a llamadas y exigencias imposibles. Respirar primero, correr después.
- Auditoría quirúrgica: contrato por contrato, coste por coste. Detectamos seguros obligados, comisiones escondidas y financiación «revolving» que convertía cada euro en una escalera eléctrica hacia abajo.
- Estrategia legal clara: activamos el mecanismo de exoneración de deudas (la llamada «segunda oportunidad»). Documentamos la buena fe, demostramos la insolvencia real y construimos un relato probatorio sin fisuras.
- Negociación con bisturí: con algunos acreedores, pacto inteligente; con otros, firmeza total. Siempre con el objetivo mayor en la diana.
El día que la cifra dejó de gritar
En la vista, llevamos hechos, no lamentos.
Y llegó la resolución: exoneración.
Así, sin fuegos artificiales pero con la potencia de lo irreversible: casi 900.000 € que dejaron de perseguir a una mujer que solo quería volver a trabajar con sus manos, no para el banco, sino para sus clientes.
Lloró. Nosotros también un poco (sí, pasa).
Después, silencio. Un silencio raro y precioso: el del futuro que vuelve.
¿Qué cambió?
- De culpa a dignidad: entender que quebrar no te hace mala persona. Ocultar, sí.
- De sobrevivir a proyectar: hoy vende cosmética de autor online, sin cadenas invisibles.
- De 900.000 € a 0 € exigibles: la diferencia entre hundirse y reiniciar.
En SOMOSROBINJUD no contamos milagros. Contamos trabajo serio, humano y sin miedo a ir contra corriente. Si estás leyendo esto con un nudo en el estómago, que sepas algo: no eres tu deuda.
Hablemos. Tu segunda oportunidad también puede oler a vainilla.